Este Búho estaba haciendo mudanza y encontró una caja mágica. Era la colección de periódicos del primer diario donde trabaje de chibolo: ‘La Razón’ (1986), dirigido por José María Salcedo, el buen ‘Chema’, y comandado por un periodista de kilates, Ricardo Uceda. Allí chambeaban tipazos e intelectuales de renombre como el poeta Antonio ‘Toño’ Cisneros o el gran fotógrafo el ‘Chino’ Carlos Domínguez. Justamente, ‘Toño’ dirigía un suplemento cultural que hizo historia en el país: ‘El caballo rojo’. Un domingo me sorprendió ver un especial de un pintor al que nunca había oído nombrar: Víctor Humareda. Un joven fotógrafo, Herman Schwarz, ajeno al mundo periodístico, se había sumergido en el mundo alucinante de un extraordinario artista que se había refugiado en La Parada, en ese ambiente lumpen de bares de chaveteros, choros, prostitutas gordas y ajadas por los años, pirañas y cogoteros. Allí, el genial Víctor, un puneño nacido en 1920, había encontrado belleza. El más grande pintor expresionista vivo del país vivía solo en el destartalado Hotel Lima, en una habitación que no tenía ni siquiera un tomacorriente.
Pero vuelvo a aquel sensacional reportaje gráfico. El pintor dejó que el joven Herman ingresara a ese mundo loco y solitario, porque la locura y la soledad siempre irán de la mano. Con terno arrugado, camisa blanca y despeinado, por primera vez el genial Víctor Humaredase mostraba tal cual era. Reía y se carcajeaba.
No sé cómo Schwarz logró lo imposible: penetrar en el mundo del pintor. Sé que el entrañable Toño Cisneros debe estar conversando y riendo con Humareda en el cielo, en el bar de San Pedro. Humareda a veces no pagaba la mensualidad de su cuarto, pero hoy sus pinturas se cotizan en decenas de miles de dólares. Van Gogh misio se cortó una oreja y ahora sus cuadros se venden en millones de euros. ‘El arte es un camino de penurias y soledad’, escribió el puneño. Se comparaba con Beethoven, Goya y Rembrandt, todos ellos unidos por la locura, el sufrimiento, la soledad y la genialidad.
Pero vuelvo a aquel sensacional reportaje gráfico. El pintor dejó que el joven Herman ingresara a ese mundo loco y solitario, porque la locura y la soledad siempre irán de la mano. Con terno arrugado, camisa blanca y despeinado, por primera vez el genial Víctor Humaredase mostraba tal cual era. Reía y se carcajeaba.
No sé cómo Schwarz logró lo imposible: penetrar en el mundo del pintor. Sé que el entrañable Toño Cisneros debe estar conversando y riendo con Humareda en el cielo, en el bar de San Pedro. Humareda a veces no pagaba la mensualidad de su cuarto, pero hoy sus pinturas se cotizan en decenas de miles de dólares. Van Gogh misio se cortó una oreja y ahora sus cuadros se venden en millones de euros. ‘El arte es un camino de penurias y soledad’, escribió el puneño. Se comparaba con Beethoven, Goya y Rembrandt, todos ellos unidos por la locura, el sufrimiento, la soledad y la genialidad.
Ese reportaje gráfico que acaba de cumplir treinta años, nos aportó el retrato de un genio. No sé como lo consiguió el bigotón fotógrafo miraflorino, pero estoy seguro de que le cambió la vida a él también. Vimos otro mundo, donde el pintor se refugiaba de la sociedad que despreciaba, del entorno real y torturador. Se alejaba de los periodistas, de los críticos, de voraces dueños de galerías de arte, del mundo en general. Su ‘taller’ era el Hotel Lima, en plena avenida Aviación, antes de que la engalanara la presencia del Metro de Lima.
En esas habitaciones, las prostitutas más viejas de Lima vendían cariño a cargadores de cajones de fruta y a borrachines de racumín, pero también eran las musas del pintor. A ellas las llamaba sus ‘Marilyn Monroe’. Amaba a la rubia musa de Hollywood. Tenía un cuadro gigante de ella frente a su cama. “Es demasiado hermosa. Hace años la estoy buscando en el mundo de la ilusión, en el Trocadero (burdel) y el ‘Cinco y medio’. Estoy casado con Marilyn Monroe. No tenemos hijos. Vivo con ella en mi hotel. Nunca me habla ni yo la toco. Además, es de papel”, escribió. ¿Será por eso que el artista nunca se casó ni tuvo hijos?
Sus mejores cuadros retratan a sus amigas, las prostitutas de La Parada. Hay uno en particular, ‘En el burdel’, donde se dibuja él con su clásico sombrerito de copa y con dos ‘ladies’. Sus pinturas grafican esa Lima olvidada, desconocida e ignorada a propósito por el ‘Perú oficial’, como lo llamaba el imprescindible Jorge Basadre. El pintor acostumbraba ‘bajar’ del Hotel Lima hacia Barrios Altos, agarraba el jirón Junín hacia el bar restaurante ‘Cordano’, frente a Palacio de Gobierno y la Estación de Desamparados, y allí degustaba sus clásicos tallarines verdes al pesto, esperando que caigan algunos de sus deudores, que podían ser algún conocido suyo o los angurrientos dueños de galerías de arte, que se llevaban sus pinturas dándole un misio anticipo.
Cuando alguien le preguntó por qué vivía en el peor lugar de Lima, él contestó: “No podría irme a vivir a un sitio como San Isidro o Miraflores. Este es el único lugar que me motiva. Vivo entre caras trágicas, vagabundos y gente destrozada; eso me enternece y luego voy al lienzo y pinto”. Son clásicos sus cuadros de payasos y arlequines. “Mis arlequines soy yo, son mi angustia a lo Debussy; son los colores de la angustia, que me ataca cuando miro al poeta Homero bailando mambo en la puerta de un cine”. Era un loco. Sin duda un genio, mi tocayo.